Sombras de un atardecer eterno
en que la noche respira
sin llegar a nacer.
Oscuridad detenida pero latente
arrástrame a tu boca de lujuria.
Fauces dentadas devoran el letargo
y se enluta con frío negro la calle.
Se despreocupa del hogar su dueño.
Y el cuerpo se deja desplazar hacia
la supervivencia del alma
en una mezcolanza de extrañeza y lascivia
como siempre inoportuna.
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