Avispero, beldad, tentación requemada
y dulce almíbar, águila insomne,
pérfida catedral, gozo aciago,
petulante vanidad del desconsuelo:
¿con que vienes de tu mundo
de raíces enmarañadas, perezosas?
¿Que te llevas cuando traes?
Nombre del nombre de otro nombre,
vacuidad profunda y llena.
Sol entre torturas del azul.
Víscera profunda y queda,
manantial de miel dorada,
crisma en cinta de una idea.
Corona de tiempos venideros,
barco encallado, carne tersa,
filón de nobles crestas.
Tú crees en la creación
dominando la tumba y el océano,
universal como el amor,
como el viento.
Tú no eres tú ni soy yo,
ni eres otro y sí todos, ninguno,
Cometo la irreverencia de esculpir tu busto,
de forjar tu sangre con tinta seca,
de separar lo inseparable.
La desfachatez de considerarte
objeto o sujeto, cayado parlante
que me sujeta y desploma.
Suenas, rebotas, naces
más allá de las verdades.
he pretendido asirte y así te dejas.
Tocarte es llenar mis manos
de primavera y flores ,
entonar una canción salada
resistiendo el tiempo de la terca aurora,
ir a una orilla en calma,
sentir la fe del mar en llamas,
sombra a la sombra de otra sombra.
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Baile del viento, palmadas de los árboles en tono ocre.
Ain, gaviotilla de ciudad. Me acuerdo de tu neura con el tema de la Poesía; la remirabas, le dabas la vuelta y no encontrabas más forma de exprimirla que la ya escrita.
ResponderEliminarMe recuerda a esta cosa rara de Ángel G.:
Escribir un poema se parece a un orgasmo:
mancha la tinta tanto como el semen,
empreña también más en ocasiones.
Tardes hay, sin embargo,
en las que manoseo las palabras,
muerdo sus senos y sus piernas ágiles,
les levanto las faldas con mis dedos,
las miro desde abajo,
les hago lo de siempre
y, pese a todo, ved:
¡no pasa nada!
Lo expresaba muy bien Cesar Vallejo:
"Lo digo y no me corro".
Pero él disimulaba.
Bueno, Che, te sigo desde aquí, procura mirar el correo de vez en cuando. Hoy tienes dos por moi.
Hágase la luz.