En la tarde soñolienta has venido,
silencioso, hermano mío,
heredero eterno del mar y de su ira.
Crepúsculo incontable de las horas
fueron tus ojos buceadores que ahora
son la llaga diminuta de otro cielo,
de otra espuma
que sólo tú conoces.
A veces una ola te transporta,
merodeas en nuestra orilla,
y luego de un salto infinito y volador
desapareces en la niebla de tu sueño.
Sin prisa hermano mío, sin prisa.
El tiempo mentiroso aguarda en nuestra espera.
Yo te llevaré a inundar con tu sonrisa mis praderas
y tú a las profundidades de aquellos mares
de anémonas y corales que tú tan bien conoces.
Llegará el día en que surcaremos juntos tu cielo,
con el ímpetu del huracán y la fe del viento.
Entonces, hermano mío, y sólo entonces,
me contarás tus secretos y yo los míos,
y yo los míos,
marinero.
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