No llamen al poeta
por su nombre.
¿no es acaso ella
la que invade todo rostro y toda calle?
Y sin embargo toda
fraudulenta inmersión en ella misma, toda violación o todo ultraje
se tolera y se permite impunemente de modo que se hace extensamente
breve en su linaje y nunca da a luz y nunca pare.
Yo digo pues, que es
ella misma
el súcubo que
invade adolescencias y piedades.
Pretende ser
diferente de uno mismo
y uno mismo hacer
de ella lo que hace.
Inherente al ser
humano que respira, inherente al sentimiento
e hija, hermana y
madre de una extinta libertad de libertades.
Comúnmente
escondida en los paisajes, en las horas, en las sillas, en los bares
respira hoy
presente, respirará mañana, también antes.