Una gaviota trae silencio, sus alas grandes y mudas son ahora su propio viento.
Padece como todos la sed que el otoño, pardo como cada año, arrastra.
El mar reza borregos frente a su canto de arena y selva bajo un tímido perfume de lenguas calmas pero inquietas.
Las aceras, para no ser menos pretenden trepar hasta los balcones y erguirse en su ingenuo e insolente afán de teñir de gris los tejados y las horas.
Interrogantes y quitasoles y sombrillas cantan junto a los paseantes,
unos airean su triste tristeza que casi ya ni sueña,
otros llevan su amor y sus prendas que serán tierra y hoguera al caer la noche.
Unos la algarabía, otros rostro y secreto,
algunos también ejercicio y promesa.
El crepúsculo se agazapa tenue, lento
como si fuera una inmensa molla de pan que se encoge mientras espera el abrazo furtivo y monótono que trae la noche.
Yo, por mi parte, le muerdo al tiempo y le araño versos
y le araño versos pero sin pero
pero sin pero.
domingo, 22 de septiembre de 2019
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