En Granada
las risas y los sombreros traen la tarde y los adoquines se despliegan pretendiendo amortiguar hasta las penas.
Salta un gusto a mi recuerdo al pasear, algo así como un perfume a caramelo adolescente de estudiante.
Se abre el otoño paso entre cortinas de piedra
llegando a festejar bajo un tono solemne y distante igual que si de un libro de paisajes se tratase.
Recorro al revés mi vida en almanaque y pienso por un momento que soy yo también hijo adoptivo de estas calles.
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