La tarde plomiza se desparrama
bajo su ungüento de luz marchita.
Y los últimos vestigios de la mañana
crepitan en un fulgor de noctámbulos.
Engullido por las rocas tramontanas
un inocente sol fluye lentamente
como si no quisiera marcharse,
como si siempre hubiera estado ahí.
Permanecer siempre es su idioma
y la noche no lo entiende.
Ella habla con la oscuridad en su boca
y escucha con una luna terca por axioma.
martes, 27 de septiembre de 2011
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