Sin rumbo fijo, la veleta,
camino por sendas deformes
sin escudero ni nombre.
En campo abierto me cobijo
con la libertad tornada hoguera,
frente el crepitar de cien luciérnagas
en lo estático del tiempo.
No temo a Locura ni a Muerte,
ni les guardo luto ni respeto.
Ya recorrí mil valles,
unos de sombras, otros de soles rugiendo.
Llevo en el pecho una estrella ardiente.
Así que caminaré por donde otros lloran
y lloraré donde otros caminan.
Y serán mis lágrimas al viento mares.
Y al fin serán... Al fin... Descanso.
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