El bosque, bajo su manto blanco, yace muerto.
Aprieto con mi mano una hoja, la extiendo y hallo ceniza,
sólo ceniza. Naturaleza en lecho.
Una enorme sombra sin cuerpo ni referencia
se apodera de cada minúscula partícula de vida
envolviéndolo todo de nostalgia, primavera enjaulada.
Se encoge el crepúsculo
y atónitas miradas huidizas de cervatillos huecos,
silenciosas rondan la penumbra.
Una gota negra penetra indefinidamente sobre sí misma,
aristas limadas de un bucle que hace truenos no se calla.
Sonrío mientras observo.
No hay lágrimas que valgan.
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