La Luna vigila los tejados
y relame el Genil y las aceras con lujuria.
En los prostíbulos de la ciudad
ciertas señoras de vientre de sol extinto
desconocen que tienen una hermana que hoy alumbra.
El moribundo impaciente en su lecho
espera que la parca le arranque de un mordisco
leve y casi inerte
la luz tenue de su último aliento.
La noche no entiende más allá de la mañana.
Recoge cuanto de impío tocan sus garras y sus alas negras
vierten sobre la ciudad un viento asquerosamente pálido y plomizo.
Casi es verano y Granada se vuelve hermosa y tolerante en esta época.
Hasta crecen flores en los rincones más absurdos del asfalto.
Mañana nacerá ese alba que hoy late inconsciente en la terca oscuridad.
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