Anido hoy
en la estrecha melancolía de la alcoba
rodeado de bosques de ropa y sábanas
que rebobinando el tiempo fueron flores.
Me sitúo
en la irresponsable seguridad del tedio,
como agua en humo que invade el cielo,
enteramente desterrado y en tormenta.
Mi mano
poseída del imperfecto y secuenciado
movimiento de una ola
me trae, una y otra vez,
el cigarrillo ante la boca.
Yo, por mi parte,
blasfemo ante las sombras inclinadas del pasillo,
y recuerdo el paraíso
como un cuerpo de mujer hija del vino.
Hoy... El mundo es alquitrán
y no hay misterio.
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