Cuando los hogares
atrapaban. . . Y costaba salir de la azotea
pues en la tenue
ligereza de una bruma rebotaba con ímpetu de pluma y de poeta, tu
inconstancia saltarina a la cabeza que con nocturnidad acechaba con
su invierno de plata opaca y sin orejas.
Cuando tu sombra se
solapaba con la mía y yo me rendía humilde y sin tregua a tu
presencia resultaba que ni los rezos, ni ungüentos humanos o de
botica conseguían redimir tu filo y tu aspereza.
En aquellos días,
quizá otoñales, de anciano de edad mediana que ya dejó sus penas
encerradas,
que dejó sus penas
ya enceradas y sobre esta cera cambió por aniversario tu velorio.
En aquellos días de
enano que no supo crecer porque no pudo o no hubo nacido en él quizá
la necesidad o humana gana, sentía mi corazón rehacerse mío tan
solo en el instante en que compartía tu dolor, al fin el mío,
como hoy lo hago:
versando sobre ti en la palabra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario