Escribe
la mano torturada de poemas bajo el ego
cuando
debería sonrojarse ante la fútil existencia del ser,
la
vana irrealidad compartida y su zalamería de espaldas a la muerte
y,
sin embargo, habla de sí con carantoñas y grafías,
pretende
juventud eterna mientras deja de ver cuando mira
mostrando
su secuela de filogénesis, nostalgia y permanencia,
se
pervierte al fin y al cabo, irreverente
y
también se asombra
termina
finalmente sellando su propia inercia,
en
verdad como la realidad: prácticamente muda
o
vacía.
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